domingo, 6 de diciembre de 2015

DESDE EL "ATICO C"

Elena vivía en el Ático C, el más pequeño de los del edificio:  salón, baño, dormitorio y cocina en menos de 60 m con una terraza que le daba la vida y que era el verdadero motivo de su residencia allí;  bueno, eso y la renta  de 450 Euros que posibilitaba realmente que las cosas fueran así.  
Elena era cajera de una mediana superficie destinada a la venta de alimentación, trabajaba de lunes a viernes y  uno de cada dos sábados, llevaba una vida muy ajetreada y entre trabajo y cuidar de su madre, ya muy mayor, apenas sacaba tiempo para sí, entraba por la puerta de  su casa tarde, cenaba, tele y a dormir.
Pablo trabajaba en una gasolinera. De viernes por la tarde a  domingo por la noche  se podría decir que vivía entre surtidores. Cobraba una miseria, cuatro perras, pero lo suficiente como para poderse  permitir el   alojarse solo  en un pequeño apartamento,  con su música y sus viejos libros de segunda mano, con sus manías de eterno adolescente  y sus personales costumbres de hombre ya maduro.  ¡Para qué más!   Pablo no tenía mucha vida social,  trabajando siempre los fines de semana, entre lunes y jueves se encerraba en  casa y disfrutaba de su soledad, de un tiempo vacío que cada vez le atraía más.
Pablo se levantó el Lunes por la mañana con esa falsa sensación de descoloque que le producía descansar  cuando otros trabajaban, quería darse una ducha, desayunar  y bajar al súper para hacer la compra de la semana. No era una cuestión de método, Pablo no era un tipo de extrañas obsesiones,  solo le parecía importante  que la principal tarea a realizar en su extraña semana quedara hecha cuanto antes.
 Cuando fue al baño su sorpresa fue mayúscula. En su techo crecía una gran mancha de humedad y en el centro de la misma una nada desdeñable  bolsa de agua de la que se precipitaba  hacia el suelo, segundo sí, segundo no, una gota, una gruesa gota que estallaba sobre el suelo de la bañera redoblando con su sonido el efecto de naufragio emocional que producía en Pablo la  visión del desperfecto. ¡Aquello era un manantial! ¡Un auténtico desastre! El estado de  ánimo de Pablo por momentos rallaba la zozobra. Sin duda,   un elemento perturbador de ese calibre trastocaba  su tranquila vida de pecera, le  iba a tener muy pendiente y  ocupado, le  generaría  una actividad no prevista, y él no necesitaba de esas cosas, nunca necesitaba de otras cosas.
Elena llegó a las tantas y vio una nota adosada a su puerta. Leyó: “Hola soy Pablo, tu vecino de abajo. Te rogaría que comprobaras si has dejado uno de tus grifos  del baño  abiertos pues tengo una gotera en mi techo que amenaza con convertir mi casa en una laguna. El Presidente de la Comunidad no tenía tu teléfono y aquí nadie sabe como localizarte. Por favor llama a mi piso cuando veas esto. Pablo 3º C.”
Elena ignoraba que tuviera un vecino abajo, lo presuponía, claro está, pero es  que ella no era de las que precisamente anduviera  pendiente de sus vecinos. La vida le dejaba pocas horas de ocio  en casa y esas las echaba en descansar y a lo sumo  aprovechar la terraza y  cuidar de sus cuatro plantas en los domingos soleados. Elena no es que no quisiera vivir, es que apenas tenía tiempo para ello.

Pablo se sorprendió al ver a Elena…no se la imaginaba…no podía pensar que… ¡Elena era muy guapa! ¿Cómo una chica tan guapa  puede quedarse un grifo abierto antes de salir de su casa? –Pensó Pablo sin darse cuenta de lo absurdo de su elucubración.
Pablo, como Elena, tampoco conocía  demasiado a sus vecinos, a la mayoría de vista y saludo de pasada y tan sólo con el presidente de la comunidad, un hombre de unos 70 años, había intercambiado algunas pequeñas conversaciones sobre los asuntos propios del edificio.
Elena concertó con Pablo la conveniencia de la  visita de un perito de la  compañía de seguros, le pidió disculpas reiteradamente y  le facilitó su teléfono  para poder concretar los extremos del arreglo del desaguisado.   Pablo le entregó una nota con el suyo, le quitó hierro al tema y  se tachó así mismo de impulsivo, le preocupaba que Elena sacara rápidas conclusiones que no le favorecieran. Al fin y al cabo era solo una gotera, un par  de semanas de secado y un buen pintor serían suficientes para dar  por concluido el problema. Por momentos le venía la idea de que hubiera sido mejor que el problema hubiera  sido “más gordo”, mas importante, con una resolución algo más lenta que le hubiera podio permitir conocer a Elena mejor, acercarse a ella con la siempre pragmática  disculpa del asunto.
Elena le llamó dos días después, le informó sobre el procedimiento  que su compañía iba a seguir en la resolución de la incidencia, le volvió a pedir disculpas. Pablo querría aprovecharse de la situación en la que las circunstancias le dejaban para ir un poco más allá…, pero no sabía, no se desenvolvía bien en esas distancias y sentía que Elena iba a ser para él un imposible proyecto, una nueva frustración que le devolvería con mas celo si cabe a su pecera, a su música, a sus viejos libros, a su siempre  inseguridad de eterno  adolescente.
Pablo sabía que tenía que hacer algo pero luchaba entre su indecisión y su falta de ideas.
Pablo no quería seguir huyendo de las chicas, sus viejas heridas jamás secarían si no las exponía al sol.
El Lunes, como de costumbre, Pablo se levantó temprano, esta vez no le acuciaba bajar al súper temprano para así cerrar sus deberes semanales. Pablo desayunaba de pie,   con un papel en la mano en el que apuntaba cosas que se le iban ocurriendo. Al final, después de batirse en paseos por la cocina durante un buen rato se sentó, sacó un nuevo folio de su cuaderno de espiral y pasó a limpio lo que había escrito:

“Hola soy Pablo, tu vecino de abajo. Desde que te dejaste tu grifo abierto hará menos de una semana, mi cabeza está en ti. Por favor llama a mi piso cuando veas esto. Tendré mi mesa  preparada para cenar y me gustaría  compartir ese momento contigo. Me encantaría saber    cómo una chica tan guapa se puede quedar un grifo abierto antes de salir de su casa. Si no te fuera fácil la explicación, por favor, prueba a dejártelo de nuevo abierto cuantas veces te sea necesario.  Pablo 3º C.”

viernes, 20 de noviembre de 2015

VIVIR CON AMOR

  Como de costumbre, aquella mañana  tu despertador sacudía mi oreja con su molesto tono  una y otra  vez. Lo mirabas, lo posponías, cerrabas los ojos y.... volvía a sonar.¡Qué suplicio!,  ¡Qué difícil te es arrancar!, ¡Qué complicado hilar los primeros instantes del nuevo día, salir de la calidez de tu cama, de nuestra cama, y espabilar!.
A mi, después de tanta alarma, el sueño se me hacía más ligero, te escuchaba entrar y salir, sentía tus pasos de pie desnudo que andaban hacia la cocina, el batir de la cuchara en tu taza de café,  la corredera  del  armario donde guardabas la ropa con la que te vestías, los grifos del baño...Te percibía a cada movimiento y eso  me gustaba. Lejos de querer que te dieras prisa, lejos de querer que te ausentaras ¡ya! para poder profundizar yo en mi tenue sueño, disfrutaba con aquella cantinela casera, con aquellos pequeños sonidos de ti.
Luego oía la puerta de la calle anunciando tu marcha y entonces sí, entonces me removía buscando un acomodo para caer  de nuevo rendido un rato, un ratito más, hasta que naciera mi mañana.
Aquel día de Noviembre, aun somnoliento, mientras estiraba mis huesos, mientras activaba mis sentidos y afilaba mis ojos, vi tu nota adherida a la puerta de la nevera con aquel pequeño imán de la Giralda de Sevilla.

"Nunca pensé que el día a día podría ser así, tan...fácil, aunque luego lo entiendo porque en el fondo somos iguales y lo único que buscamos es VIVIR CON AMOR...y cuando se quiere eso..."

Cogí la nota que me habías escrito y la pegué en la puerta de nuestra casa...quería verla cada vez que saliera de ella, cada vez que tuviera que entrar. Si puedo seguir  leyendo  esta nota dentro de unos días, dentro de unos años, sabré entonces que todo está bien, que todo sigue igual - me dije-.
Han pasado ya algunos Noviembres y la nota que vigila y estimula mi conciencia aún permanece  ahí, escrita  de tu puño y de tu letra, producto de esa sencillez de plomo que te caracteriza. Yo la leo casi todos los días y casi todos los días pienso lo mismo; ¡todo está bien!, ¡todo está en su sitio!, ¡aún la amo!, ¡aún me ama!.
Eduardo Rodríguez Moro

lunes, 16 de noviembre de 2015

HACIENDO PIE

    A veces necesitas estar seguro de poder nadar, saber que flotar es posible, que unos cuantos movimientos acompasados y aprendidos desde la niñez son suficientes para mantenerte ahí, con el agua al borde de tu  cuello,¡si!, pero ahí, lejos del peligro, confundido en medio de lo natural:  es eso que llamamos vivir, eso  que, a veces, es tan solo sobrevivir.
    Pero en ocasiones, sin embargo, la corriente se vuelve  intensa, todo va muy deprisa y el vértigo se apodera de tu destino. ¡Miedo!. ¡Es miedo!. Y el miedo a duras penas se contiene.  Su violencia, su desbordante fuerza lo invade todo, inunda tus sentidos, anega tu esperanza. 
    Entonces, necesitas hacer pie, apoyarte, sentir que a pesar de todo hay cosas que no fallan, que no siempre es necesario bracear, que todo es mas sencillo, mucho mas sencillo, que basta con extender tus miembros y pisar,pisar fuerte y  anclarte sobre  tus convicciones, sobre esas cuatro cosas que nunca te han  fallado, sobre el amor, sobre la fe, sobre tí mismo que eres Luz, sobre ti mismo que como el Sol alumbras con tu vida el resto de la  existencia.
Eduardo Rodríguez Moro